Armando Alvarez Bravo (Miami)
Julio 2002
«Hace más de una década afirmé que quizás una de las formas de identificación del verdadero arte actual es su capacidad de aceptación de los órdenes clásicos. El valor de desafiar a las modas y los modos, enriqueciendo lo permanente con los sueños de la imaginación. Con esa certidumbre, que el paso del tiempo sólo ha acendrado, definí el espíritu de la pintura del artista chileno Enrique Campuzano».
«Ese espíritu no ha cesado de enriquecer el depurado quehacer del creador, de ganarle nuevas dimensiones a su discurso. Esta obra exquisita se afianza en varios pilares. Son lo literario, la poesía que se genera y nutre en la fijeza y la evidencia y la otredad de las cosas, y posee la capacidad para, desde esa cristalización suntuosamente formulada, establecer nuevos umbrales y posibilidades a ambos lados de la realidad plasmada por el pintor. Así, Campuzano ha logrado trascender, con la profunda autenticidad de sus imágenes, las calidades de la inmediatez y el siempre de un clasicismo en que la obra es tanto final exaltación de lo real como propuesta fundadora en el dominio de la intensidad de lo cotidiano que convierte en testimonio, invención y magia».
«Esta pintura en que la composición es tan rigurosa, en que el minucioso e impecable dibujo alcanza los máximos de precisión y expresividad, y en que el color, las transparencias y las texturas responden a los más estrictos cánones, nos entrega con constancia unos singulares lienzos de exquisita belleza. Pero esa belleza no constituye un acto de complacencia estética cuyo alcance bien puede justificarse en y por sí mismo. En verdad es suprema declaración de la voluntad de calma que anima al creador. De su capacidad para tomar el todo y someterlo a una alquimia en que, tanto el pintor como el que contempla su obra saben que en su imagen y otredad alienta una posibilidad de armonía, de equilibrio, de inteligencia de lo que es y lo que puede y debe ser».
«El realismo de la pintura de Campuzano es encarnación de una doble valencia. Es aquella en que confluyen lo factual y la imaginación. Esta es obra de interrogación, respuesta y reconciliación ideal del espíritu del hombre con su circunstancia y sus contradicciones. Así, desde su tratamiento del desnudo como manifestación excepcional de las fuerzas y los matices de la condición humana, hasta su acercamiento a los temas más permanentes de la historia de la pintura, como las naturalezas muertas y los interiores, pasando por la rica reinvencion de la realidad a partir del reordenamiento onírico de sus componentes, Campuzano plasma un mundo tan personal como participable».
«El tratamiento de la figura es ejemplar en su sentido más clásico y académico en obras como «Interior con figura», en que su modelo está sentado en una silla, vuelto sobre sí mismo, totalmente absorto, como si estuviese pendiente de la mirada del pintor que lo fija. Este óleo es exponente de la conciencia del artista de que la criatura, hasta en la soledad más absoluta, siempre está expuesta a la mirada del otro. Contrasta ese cuadro con el óleo «Bolsos de Velázquez», que ejemplifica la capacidad de Campuzano para captar lo fijo y lo cambiante de la realidad de las cosas y el paso del tiempo. En esta obra lo hace plasmando tres bolsos de papel con imágenes de cuadros del pintor de pintores español, que reposa tan naturalmente en una sencilla mesa de madera. «Calas» ilustra la elaborada sensibilidad de Campuzano para, sin alterar ni desvirtuar la naturaleza de las cosas, darles un sentido distinto a través del contraste establecido entre las inmensas flores que se alzan en irregulares recipientes, junto a unos libros, una plancha de hierro y otros sencillos objetos que hay sobre una mesa».
«No pueden ser más realistas estos extraordinarios lienzos. Pero, singularmente, la fuerza de su realismo va más allá de sí misma. Esa es la cifra de su excelencia. Una excelencia que nos permite reconocer lo conocido, que tantas veces pasamos por alto o ignoramos y, a su vez, darnos cuenta de que hay mucho más allá de su apariencia. Así, desde su gran oficio para fijar la intimidad de la criatura y de las cosas, el lenguaje de sus superficies, las posibilidades caleidoscópicas de su impulso cambiante tan lleno de súbitos e iluminaciones, Campuzano, un creador que sabe que la pintura se cumple en su propia perfección y belleza, es un consumado artífice de algo que mucho falta al arte de nuestro tiempo. Es el espíritu de lo clásico en su siempre y en su más».